Los reptiles

Los reptiles
Los actuales reptiles son descendientes de aquellos otros gigantescos (dinosaurio, tiranosaurio, etc.) que dominaron la Tierra en la llamada era Mesozoica o era de los reptiles. A su vez, aquellos reptiles habían evolucionado a partir de los anfibios para lograr la conquista del medio terrestre: así, mientras que los anfibios dependían, en su reproducción, del medio acuático, pues de lo contrario sus puestas se desecaban, estos otros, los reptiles, superaron el problema con la formación, alrededor de la célula huevo, de una sustancia calcárea que recibe el nombre de cascarón. Por otra parte, la célula huevo contiene en su interior una gran cantidad de sustancia se reserva o vitelo, suficiente para mantener al embrión a lo largo de todo su desarrollo, Sin embargo, desde el punto de vista evolutivo, hay una adquisición por parte de los reptiles que se mantendrá en los otros grupos de vertebrados más evolucionados, como aves y mamíferos: la existencia de una membrana que rodea al embrión, llamada amnios. El amnios limita una cavidad llena de líquido en el que algunos científicos quieren ver la expresión del primitivo medio acuático de los primeros vertebrados. Este líquido amniótico procura al embrión protección contra la desecación aún dentro del cascarón.


Entre los reptiles existen subgrupos con caracteres morfológicos muy distintos, tales como serpientes, lagartos, cocodrilos y tortugas. Todos los cocodrilos y tortugas, así como la mayor parte de las serpientes y lagartos, son ovíparos; es decir, se reproducen mediante huevos. Sin embargo, algunas serpientes (como el cascabel) y algunos lagartos son ovovivíparos, e incluso unas pocas especies son vivíparas (la víbora). Precisamente, la existencia de especies vivíparas dentro de los reptiles es de gran importancia para la explicación de los mecanismos de desarrollo de los mamíferos, sobre todo teniendo en cuenta que en las aves no existe ningún caso conocido de viviparismo.
Los patrones de apareamiento en la época de celo varían mucho de unas especies a otras, siendo corriente cierto dimorfismo sexual en lo que respecta a la pigmentación, que en dicha época se acentúa. Sea cual sea el método de aproximación y estimulación, el macho introduce su órgano copulador en el interior de la hembra, depositando los espermatozoides que fecundarán el huevo, que, protegido por sus distintas envolturas, será puesto al exterior por la hembra.

El número de huevos por puesta parece ser que guarda cierta relación con el tamaño de los reptiles progenitores, y así, las grandes serpientes tienen puestas mayores que las especies más pequeñas. Hay, sin embargo, casos excepcionales por el gran número de huevos puestos, como la serpiente pitón, que llega a poner cien huevos, o la tortuga marina, cerca de mil. El lugar de la puesta es muy variable: los cocodrilos, por ejemplo, la efectúan en una especie de nido que fabrican con ayuda de ramas y hojas; los lagartos y serpientes los entierran en la arena o en grietas de rocas o troncos, y las tortugas los entierran en el suelo. Es frecuente el caso de grandes tortugas que se desplazan desde el mar o desde los ríos a tierra firme y se adentran varios kilómetros hasta encontrar un lugar aislado y soleado en donde cavan un agujero con sus patas traseras, depositan los huevos, que tapan después, para iniciar el regreso al punto de origen. Como norma, los reptiles ni incuban ni cuidan de sus crías; pero hay excepciones, como sucede con el aligátor.
Para la salida del cascarón, las crías utilizan el llamado diente del huevo o algún refuerzo córneo de la cabeza. El diente del huevo es un auténtico diente que se encuentra en el extremo del maxilar superior y que se desprende al poco tiempo de la eclosión. Los reptiles al nacer tienen ya todas las características de los individuos adultos, por lo que no precisan metamorfosis como los anfibios.

Los peces

Los peces

Los peces son animales vertebrados adaptados a vivir totalmente en el agua, aunque hay excepciones: los llamados peces pulmonados, capaces de subsistir en charcas desecadas. En la vieja historia de la Tierra resulta difícil establecer el origen de los vertebrados, pero todos los datos fósiles indican que los peces aparecieron en la era Paleozoica y fueron los primeros vertebrados de nuestro planeta. Los primitivos peces carecían de mandíbulas, y sus representantes actuales son las lampreas. Una vez que en la evolución aparecen los peces mandibulados, se originarán dos grandes ramas según la naturaleza de su esqueleto interno: los llamados peces cartilaginosos (tiburones, rayas, quimeras) y los peces óseos (merluzas, salmones, carpas, sardinas, lucios, bacalaos, etc.)
Hoy día, los peces constituyen el grupo más numeroso de vertebrados, hecho que se ve facilitado, entre otras razones, porque la mayor parte de la Tierra está cubierto de agua y por la gran capacidad reproductora de esta fauna acuícola.

La mayoría de los peces realizan fecundación externa; es decir, cada sexo descarga sus respectivas células sexuales (óvulos o espermatozoides) en el agua, y allí suceden todos los fenómenos propios de la fecundación y el ulterior desarrollo. En las escasas especies en que la fecundación es interna, como en los tiburones, los machos modifican sus aletas y las transforman en órganos copuladores: así, las aletas de la pelvis adoptan la forma de abrochaderas, con las que sujeta a la hembra mientras deposita en su interior el semen. En algunos peces óseos, la aleta caudal se transforma en el llamado gonopodio, que funciona a modo de pene.

En muchas especies de peces, sobre todo tropicales, los ejemplares de ambos sexos, o de uno de ellos adoptan, en la época de la reproducción, una coloración más viva para actuar como reclamo sexual, aliciente que acentúan mediante la ejecución de ciertos movimientos por parte de uno de los componentes de la pareja, que resultan estimulantes y facilitan el desove. El número de huevos en cada puesta es muy variable de unas especies a otras, estando en función de la protección ulterior, y así, la cantidad de huevos es menor en los peces que custodian su puesta o la protegen en algún tipo de nido construido en los fondos o las orillas. Es bien conocido el gran número de huevos que produce el esturión: varios millones, y que constituyen el sabroso caviar. De entre los peces que cuidan sus huevos, las lampreas, el salmón o la trucha, por ejemplo, los entierran una vez fertilizados, mientras el caballito de mar los transporta sobre su cuerpo alojado en unos repliegues laterales a modo de bolsa, dentro de la cual se incuban. En general, tras la fecundación, el tiempo de incubación del embrión no suele ser muy largo, oscilando como norma de una a cinco semanas, si bien se dan casos de períodos más extensos. Los peces no suelen cuidar sus crías, pero si lo hacen, son los machos los encargados de dicha función.
Tanto en los peces cartilaginosos como en los óseos se dan casos de viviparismo, es decir, casos en los que el embrión se desarrolla dentro de la hembra gracias a que se produce un rudimento de placenta entre el llamado saco vitelino del embrión y la pared del tubo genital de la madre. Este anclaje facilita al embrión el paso de sustancias nutritivas hasta que alcanza su desarrollo y es expulsado al agua, donde comienza su crecimiento que le convertirá en adulto.
Por su interés en la industria de la alimentación, hoy día existen numerosas piscifactorías en diversos países, en las que se crían las especies más solicitadas por los consumidores, tales como truchas, barbos, etc. Para muchas de estas especies ya está perfectamente establecido su ciclo reproductor y las sustancias que pueden actuar sobre el mismo favoreciéndole (extractos hormonales, temperatura, luz, sustancias químicas), pero para otras, aún no se ha logrado conocer su ciclo y actuar sobre el mismo a fin de poder obtener artificialmente un mayor número de ejemplares, lo que no impide, sin embargo, que las investigaciones continúen hasta crear “granjas marinas” que resolverían en gran parte el problema del hombre.

Los mamíferos

Los mamíferos

Los mamíferos, como su nombre indica, son vertebrados dotados de glándulas mamarias o mamas productoras de leche, destinadas a proporcionar a las crías recién nacidas su primer y exclusivo alimento. Hay otras glándulas que también son características de este grupo, como las sudoríparas y las sebáceas; las primeras contribuyen, mediante la emisión de sudor, como un factor más, al mantenimiento de la temperatura constante (homotermia) propia de los mamíferos.
Junto a la presencia de este tipo de glándulas hay que destacar la posesión de pelo corto como otro de los caracteres específicos de los mamíferos. Salvo en los mamíferos más primitivos, la norma en el resto de las especies de este grupo es la reproducción vivípara: los embriones se desarrollan en el interior de las madres y éstas los dan a luz cuando el embrión ha cumplido todas las etapas de su desarrollo.

En los mamíferos más evolucionados (euterios) es normal encontrar dimorfismo sexual entre los componentes de la pareja. Recordemos ejemplos clásicos como los del león o el ciervo, en que los machos están más desarrollados y presentan una serie de atributos como las barbas o la cuerna de la que carecen las hembras.
La mayoría de los mamíferos disponen de una época de celo en la que se forman las parejas y en la que los machos, dotados de un órgano copulador, introducen el pene en la vagina de las hembras, depositando así, en el interior de las mismas, su semen cargado de espermatozoides.

Según la especie de que se trate, el número de óvulos fecundados varía considerablemente; pero, en cualquier caso, el desarrollo del óvulo fecundado tendrá lugar en el útero materno durante un período que se llama gestación. Se admite cierta relación entre el tamaño del cuerpo del animal y el tiempo de duración de la gestación, y así, por ejemplo, un elefante tiene un período de gestación de veinte meses. La nutrición del embrión durante este período se ve facilitada por el anclaje del mismo a la pared uterina, posible por la aparición de una estructura mixta (embrionaria-materna) denominada placenta, de carácter eventual y constituido por una membrana originada en el embrión –pero periférico a él- y los componentes más externos de la pared del útero. La placenta permanece unida al embrión por medio del cordón umbilical, por el cual circulan los vasos sanguíneos que harán el intercambio de sustancias nutritivas y de desecho entre la madre y el embrión. Concluida la gestión, tiene lugar el parto.

El parto consiste en la expulsión hacia el exterior del embrión y su correspondiente placenta mediante las contracciones del útero, que es un órgano extraordinariamente musculoso. Las hembras de los mamíferos o incluso las propias crías, se valen de toda una gama de procedimientos (dientes, patas, uñas, etc.) para separar la placenta de la cría recién nacida, dejando una cicatriz del punto de inserción del cordón umbilical: el ombligo. Tras el parto, las crías se alimentan mamando, durante un tiempo variable en su duración.

Los mamíferos más primitivos (prototerios) se reproducen por oviparismo. Este grupo presenta caracteres intermedios entre aves y mamíferos, y pertenecen a él ornitorrinco y el equidna, especies existentes en Australia y Tasmania. En estos mamíferos, las glándulas mamarias son muy primitivas y no tienen pezón diferenciado, localizándose en gran número sobre la superficie ventral de las hembras. La hembra deposita los huevos, de uno a tres, en un nido y durante dos semanas los incuban.

Un caso particular de reproducción en mamíferos lo representan los llamados mamíferos metaterios o marsupiales, a los que pertenecen el canguro y la zarigüeya, son animales placentarios y vivíparos, pero en su etapa de gestación, que es muy corta, no se termina el desarrollo del embrión, por lo que las crías nacen muy inmaduras, completando su desarrollo en el interior de un marsupio o bolsa ventral de la que disponen las hembras y dentro de la cual se localizan las glándulas mamarias. Es como si estos animales sufrieran un parto prematuro y, por tanto, las crías debieran ser sometidas a incubación.

Los anfibios

Los anfibios

Los anfibios son los vertebrados que evolutivamente representan la transición entre los vertebrados acuáticos (peces) y los vertebrados terrestres (inicialmente los reptiles). Esta transición lenta requirió millones de años a lo largo de los cuales desaparecerían estructuras tales como las escamas, aletas, branquias, etc. Para dar lugar a patas, pulmones, etc. Sin embargo, en los anfibios actuales estos logros solo aparecen en una segunda etapa del desarrollo, mientras que en la primera quedan los vestigios propios de los animales acuáticos (de aquí la denominación de anfibio, que quiere decir “doble vida”). El prototipo de anfibio más conocido es la rana común, habitante asiduo de riberas y charcas y que con su característico croar rompe el silencio en las noches templadas. La rana, como otros muchos vertebrados, tiene una época especial en el año durante la cual procede al apareamiento previo a la reproducción. La época coincide con la primavera, y en ella las hembras se sienten atraídas por el intenso croar de los machos, reuniéndose ambos en zonas encharcadas.


Para el apareamiento, el macho se sitúa sobre la espalda de la hembra, fuertemente abrazado a ella, por lo cual éstos poseen en sus dedos pulgares un engrosamiento, llamado almohadilla nupcial, durante la cópula. Este estrecho contacto provoca en la hembra una serie de estímulos que la hacen expulsar sus óvulos, al mismo tiempo que el macho deposita sus espermatozoides sobre ellos para que tenga lugar la fecundación, que se realiza siempre en el agua. Hay, por tanto, apareamiento, pero la fecundación es externa. Una vez fecundados, los óvulos quedan en el agua directamente o bien adheridos a alguna planta acuática en grandes cantidades y rodeados de una masa gelatinosa. En ocasiones, como ocurre con el sapo partero, el macho carga con la masa de huevos fecundados sobre sus espaldas hasta que llega el momento del nacimiento.

Un hecho particular del ciclo vital de los anfibios es que el individuo que nace no se parece al adulto ni por la forma ni por los caracteres; tiene que sufrir determinados cambios que forman su metamorfosis. El ejemplar nacido del huevo es una auténtica larva acuática dotada de respiración branquial a la que se llama renacuajo o cabezudo y que, por su forma, recuerda a un pececillo, presentando una larga cola aplanada reforzada por una pequeña aleta. A lo largo de la metamorfosis van aconteciendo los cambios que implican la desaparición de tales estructuras y la aparición de las extremidades y los pulmones, de tal forma que ha de transcurrir cierto tiempo –tres años, en el caso de la rana- hasta que el individuo alcance su madurez y sea apto para la reproducción.

Existen otros anfibios, llamados urodelos, que tienen caracteres más primitivos que los de las ranas (anuros); una de sus especies es el ajolote, que no sufre metamorfosis y durante toda su vida se conserva en estado larvario, siendo capaz de reproducirse en esta situación. Este fenómeno, de gran interés biológico, recibe el nombre de neotenia.


Diversos experimentos científicos han demostrado que la transformación del renacuajo en rana está regulada por la acción de determinadas hormonas tiroideas e hipofisarias sobre la carga genética del animal.


En la Embriología experimental, ciencia de gran importancia en la actualidad, las investigaciones sobre embriones se efectúan en su mayor parte sobre los de anfibios por una serie de razones muy concretas: su tamaño, de 1 a 3 mm, su gran número, la facilidad de lograr la puesta artificialmente, sea cual sea la época, y de seguir todo el desarrollo atendiendo a caracteres morfológicos fácilmente observables. Por otra parte, los huevos y los embriones de los anfibios se pueden mantener fácilmente en un laboratorio: basta un recipiente con agua y algo de materia orgánica.

Las aves

Las aves
Las aves son los vertebrados que, en conjunto, manifiestan mayor uniformidad en sus caracteres. Los rasgos más característicos y diferenciales relativos a su aspecto externo son el tener el cuerpo recubierto de plumas y poseer un pico córneo. Evolutivamente proceden de los reptiles que se adaptaron al vuelo, como el Archeopteryx, en el que coexistían caracteres reptilianos (dientes y cola) con otros propios de ave (plumas y alas). Entre las especies vivientes, se consideran más primitivas, menos evolucionadas, aquellas que no están capacitadas para el vuelo, como el avestruz, kiwi, ñandú, etc. Caso aparte son los pingüinos, que no vuelan y cuyas alas se han transformado en auténticas aletas para facilitar su navegación.

La conducta sexual de las aves con vistas a su apareamiento y reproducción es de las mejores conocidas y más estudiadas. El hecho de que las aves deban construir un nido para poner sus huevos e incubarlos, parece incidir en que los miembros de la pareja, en su conjunto o por separado, estén implicados en la fabricación de dicha morada, en su defensa, en la incubación y en el cuidado de las crías. Las ceremonias prenupciales en las aves son de las más características, y se ven reforzadas por la existencia de grandes diferencias en los caracteres sexuales secundarios; por ejemplo, en los faisanes los machos son de mayor desarrollo y de plumaje más vistoso que el de las hembras. En los casos de dimorfismo sexual acusado, los machos suelen hacer gala de su colorido mediante despliegue de plumas, contoneos, etc., ante las hembras, como sucede con el pavo real.
Todas las aves son ovíparas, es decir, se reproducen mediante huevos. Para la cópula, los machos no disponen de un órgano copulador, por lo que éstos se sitúan sobre las hembras uniendo sus cloacas para trasvasar el semen a los órganos genitales de la hembra; es decir, hay oposición pero no penetración.
Los óvulos de las aves, como lo de los reptiles, contienen gran cantidad de sustancia de reserva (vitelo) en su interior y una serie de membranas protectoras extraembrionarias. Una vez acontecida la fecundación en la parte superior del oviducto, el huevo, en su descenso por las vías genitales femeninas, va adquiriendo todas las envolturas hasta la más externa: la cáscara calcárea. Es muy corriente que dicha cáscara presente distintas coloraciones o tatuajes, que, en general, cumplen una función mimética.

La norma dentro de las aves es la construcción de nidos, pero los materiales para dicha elaboración y el lugar en que se disponen varían enormemente de unas especies a otras. Hay especies que utilizan elementos vegetales: hojas, ramitas, hierbas (los gorriones); otras, barro o cieno (algunas golondrinas), y otras que aprovechan grietas o excavan en el terreno. El tamaño de los huevos suele guardar relación con el tamaño del ave: así los huevos más grandes corresponden al avestruz, y los más pequeños, al pájaro mosca o colibrí. El número de huevos por puesta varía desde uno o dos hasta quince o veinte. La incubación, en general, corre a cargo de la hembra, pero en algunos casos participa el macho.

Terminado el período de incubación, el embrión, que se ha ido desarrollando en el interior del huevo, hace fuerza con una formación córnea que tiene en la parte anterior del maxilar superior, llamada diente del huevo. Gracias a su ayuda rompe la cáscara y sale al exterior. En la mayoría de las aves, las crías al nacer son incapaces de valerse por sí mismas, por lo que permanecen en el nido durante un cierto tiempo (especies nidícolas), durante el cual los padres les proporcionan el alimento y el calor y, al poco, se convierten en sus instructores de vuelo. Pero también hay especies que cuyas crías nada más al salir del cascarón pueden valerse por sí mismas y abandonan el nido; se denominan nidífugas. En uno u otro caso, las crías al nacer pueden tener el cuerpo desnudo o recubierto de pulmón, apareciendo más tarde las plumas definitivas.

Insectos

Insectos
Los insectos constituyen el mayor número de animales terrestres que pueblan nuestro planeta; su número sobrepasa a todos los demás animales terrestres reunidos. Son animales invertebrados que pertenecen al gran grupo de los artrópodos (patas articuladas), y, de entre ellos, los únicos que poseen tres pares de patas y que están provistos de alas. En general, salvo excepciones, se trata de animales de pequeño tamaño, perteneciendo a este grupo especies de aspectos tan distintos como moscas, escarabajos, mariposas, abejas, hormigas, cucarachas, pulgas, chinches, etc. Entre los insectos es muy corriente el dimorfismo sexual, es decir, que los machos difieran de las hembras, o viceversa, por una serie de caracteres externos: envergadura, color, desarrollo de las antenas, de las mandíbulas o de otros órganos.
Salvo en los pulgones, que se producen por partenogénesis, los demás se reproducen sexualmente mediante la cópula se sexos diferentes, que tiene lugar en una época del año que depende de la especie, pero que, en general, suele ser la primavera. Las feromonas, sustancias químicas emitidas por uno de los dos sexos, juegan un papel importante como atractivo sexual, ya que son recogidas por las entenas plumosas de muchos machos, que actúan como auténticos receptores de estas partículas olorosas. La coloración de las alas o determinadas formas de vuelo son otros tantos estímulos para que la pareja se sienta atraída.
El mecanismo de acoplamiento, que en ocaciones tiene lugar una única vez en la vida, presenta en los insectos métodos diversos (como ejemplo, entre la gran variedad de sistemas, tenemos el de las libélulas, que se aparean en pleno vuelo y permanecen así unidos durante un tiempo considerable), pero siempre el macho deposita sus espermatozoides en el interior de la hembra, es decir, son animales de fecundación interna, bien directamente, o bien mediante la formación por el macho de una agrupación de espermatozoides o espermatóforos que quedan adheridos a la hembra durante cierto tiempo. Los huevos fecundados se desarrollan en rarísimas ocaciones en el interior de la madre, ya que, por regla general, las hembras desovan en sitios más o menos ocultos. Determinadas especies (cucarachas) producen huevos que quedan protegidos por una envoltura resistente formando una ooteca, mientras que, en otras, los huevos son depositados en la tierra, para lo cual las hembras están provistas de un órgano alargado en forma de estilete, llamado oviscapato, que clavan en tierra y por dentro del cual descienden los huevecillos hasta quedar enterrados. Hay especies que utilizan su oviscapato para perforar maderas, hojas, tejidos animales, etc., con el fin de situar la puesta en su interior, los insectos parásitos hacen siempre su puesta en el interior de los huevos, orugas o crisálidas de otros congéneres.
También en el desarrollo de los insectos existen patrones muy diferentes. Algunos nacen con idéntico aspecto que los padres y en su mismo ambiente (saltamontes, grillos), y su desarrollo no supone más que crecimiento normal y una maduración progresiva que culminará con el desarrollo total del aparato reproductor, teniendo únicamente que cambiar con periodicidad el tegumento quitinoso o exoesqueleto que, lógicamente, va quedando pequeño con el desarrollo del cuerpo en un proceso que se denomina muda, otros insectos como las libélulas, pasan en su desarrollo por dos períodos distintos, claramente diferenciados: el primero, o etapa larvaria, es acuático, y el segundo, propio del animal adulto, es aéreo. Las larvas, que respiran en el agua por medio de falsas branquias, en determinado momento, después de varios cambios morfológicos, abandonan el agua trepando por las piedras o por alguna planta acuática hasta salir a la superficie. Una vez fuera, quedan en reposo, su tegumento se abre y surge ya el individuo adulto que, en cuanto tenga sus alas desarrolladas, emprenderá una nueva vida en el medio aéreo. Un tercer grupo de insectos, por último, poseen en su primera etapa un aspecto totalmente distinto al que tendrán de adulto, apareciendo bajo la forma de larvas u orugas (normalmente muy activas y voraces). En el paso de oruga hacia insecto adulto, hay una etapa intermedia de reposo, conocida como ninfa, crisálida o pupa, de la que surgirá el imago con todas las características que presentan los individuos adultos de la especie.

Ambiente y reproducción

Ambiente y Reproducción

El ciclo reproductor depende básicamente del control hormonal; sin embargo, también actúan sobre él estímulos ambientales: unos de naturaleza abiótica (luz, temperatura, humedad, etc.) y otros debidos a los propios seres vivos (la pareja sexual, las crías, los congéneres, etc.). De la interacción de estos factores con el propio sujeto se produce la respuesta adecuada, que traerá consigo el nacimiento de las crías en la época mejor para su supervivencia. La mayor parte del conocimiento sobre la influencia del ambiente en la reproducción se ha obtenido gracias al estudio de las aves, y así, se ha sabido, por ejemplo, que la mayoría de las aves que habitan lejos de la zona ecuatorial entran en celo y anidan en primavera: es decir, cuando la temperatura ambiental inicia su ascenso y los días tienen más horas de luz. Debido a este hecho, durante mucho tiempo se pensó que la temperatura era el factor principal que actuaba en el desencadenamiento reproductor; sin embargo, reiteradas experiencias han demostrado que una determinada ave podía entrar en celo incluso en invierno si se le aumentaban los períodos de iluminación. Pese a la estimulación con la luz artificial, no se producía respuesta si la experiencia se realizaba a finales del verano o a principios del otoño, pero esto se debe a que existe un período de reposo fisiológico tras es el esfuerzo de la época reproductora (reposo que puede ser disminuido sometiendo a las especies después de su actividad reproductora a períodos de iluminación muy cortos pero diarios).


La explicación fisiológica que se da a la acción de los estímulos de naturaleza luminosa sobre la reproducción, es que la luz es recogida por la glándula pineal, y sobre todo por los ojos, y, mediante las vías ópticas nerviosas, dicha estimulación es conducida hasta el hipotálamo, quien manda a los factores de liberación hacia la hipófisis anterior para que se liberen las hormonas que actuarán sobre las gónadas, que los ojos juegan un papel fundamental en la recepción del estímulo luminoso, y éste en la actividad sexual, se ha comprobado estudiando la respuesta negativa por parte de especies a las que se les ha vendado los ojos. De todo lo anterior no debe concluirse que la luz sea el único factor ambiental a tener en cuenta, ya que es evidente que la temperatura también influye; de hecho, cuando en primavera hay una oleada de frío, las especies retardan su actividad reproductora y, al contrario, si en invierno aumentan accidentalmente las temperaturas, muchos animales adelantan su celo.


En las regiones tropicales, en las que alternan períodos de lluvias con otros de sequía, la época reproductora coincide con el comienzo de las precipitaciones. Entre los factores de origen biológico que pueden actuar como estimulantes del comportamiento reproductor de muchos animales –excepto aves-, se encuentran los olores, las sustancias olorosas liberadas por uno u otro sexo estimulan determinados cambios fisiológicos que conducen al estado reproductor, y así, la mayoría de los mamíferos machos aprecian la posibilidad del estro en las hembras por los fuertes olores que en tal situación producen. Es de experiencia común que, en su ovulación, las perras emiten tales olores que rápidamente se movilizan los perros de su entorno y acuden hacia ellas.

En otros casos, como el del cerdo, son los machos los que con su olor estimulan a la hembra. La explicación fisiológica de este tipo de influencia es la misma que indicamos anteriormente para la luz, salvo que ahora la estimulación es conducida hasta el hipotálamo por los nervios olfatorios.
La presencia de congéneres puede actuar en ciertas especies como estimulante, y así, por ejemplo, muchas palomas no efectúan la puesta si no es en compañía de otras palomas; es más, la paloma delante de un espejo, aunque esté sola, es capaz de poner huevos. Las peleas y amenazas entre individuos de la misma especie por mantener sus dominios territoriales pueden actúan también como factores estimulantes de la reproducción, de ahí que, aun disponiendo de espacio, tiendan a agruparse en relativa proximidad en el momento de la reproducción. Este es el caso de aves marinas, como el albatros que, llegado el momento de la reproducción delimitan un territorio donde se instalará la pareja con el nido.

Determinación ambiental del sexo

Hay animales en los que, al nacer, el sexo está indeterminado, siendo el ambiente el que canaliza el sexo en uno u otro sentido. El ejemplo más típico es el de Bonellia: cuando la hembra va a desovar, se encamina hacia la superficie del agua, y allí abandona a los huevos a su suerte. Estos huevos dan origen a una larva que, nada más nacer, comienza a descender. Si en este descenso la larva se encuentra a una hembra de Bonellia, se aloja a sus trompas y se transforma en un macho parásito y sí, por el contrario, llega hasta el fondo, se desarrollan como hembras.

En el mundo vegetal también encontramos ejemplos similares, pero tal vez el más asombroso sea el de una begonia tropical que crece sobre las ramas de los árboles. Si la planta se desarrolla sobre una rama con luz, producirá flores masculinas; si por el contrario lo hace sobre una zona sombreada o cerca del suelo, dará flores femeninas. Si una planta se ha originado al sol y crece cerca del suelo, pierde las flores masculinas que había desarrollado y la sustituye por otros de sexo femenino.